El 4 de Septiembre de 1970 y el triunfo de Salvador Allende y el Golpe del 11 de este mes en 1973, cargan a Septiembre de un simbolismo especial para el movimiento social y popular chileno, lo que se manifiesta en distintas conmemoraciones y reflexiones sobre su propia trayectoria histórica.
Pero todo indica que este año será distinto a los anteriores, pues el movimiento estudiantil que remeció el 2011 al país, puso nuevamente al movimiento social y popular nacional como un actor relevante y posibilitó el inicio de nuevo ciclo de confrontación social y político en Chile. De allí, que hoy sea fundamental conmemorar este mes de Septiembre mirando al futuro más que al pasado.
En esta perspectiva es acertado el ejercicio hecho por Carlos Ruiz y Francisco Figueroa[1], sobre el rol y objetivo de la izquierda en la actualidad. Compartimos su apuesta central, a saber: la izquierda debe aportar en la consolidación de este nuevo ciclo, pero al costo de refundarse teórica, política y programáticamente, lo que llevaría a entenderse solo como una parte de una fuerza social y política transformadora del sistema actual, apuntando a construir una nueva hegemonía y propuesta de sociedad, que sume a la gran mayoría del país.
A grandes rasgos, sobre esta idea pareciera coincidir gran parte de la izquierda estudiantil chilena[2], por lo que creemos que se debe dar un paso más en el debate y aterrizar esta propuesta y preguntarnos cómo, en la realidad actual, le abrimos paso a una fuerza con ese objetivo.
La respuesta que pretendemos dar a esta interrogante no busca abordar el tema en su complejidad, sino más bien entregar insumos para el debate acerca de las diversas interrogantes sobre cómo materializar táctica y estratégicamente avances que nos permitan lograr el horizonte propuesto, en el marco de la actual realidad chilena.
La realidad de los actores sociales del país evidencia que, salvo los estudiantes, el resto de sujetos y organizaciones se encuentran en una profunda crisis. Por lo que los estudiantes se transforman en los únicos capaces de constituirse, por el momento, en un referente radicalmente crítico al sistema. Esto, dentro de muchas razones, porque son uno de los pocos sujetos en la actualidad con capacidad de socializar y discutir sobre sus experiencias, sin tener los obstáculos legales y cotidianos que viven otros actores, como los vinculados al trabajo.
Ahora bien, en las organizaciones de los más diversos sectores sociales existe un activo político que, con sus falencias, son un importante acervo para el movimiento social. Cuestión que se ha materializado tras el remezón estudiantil, en que muchos dirigentes y activistas sociales de base perdieron el miedo a criticar a las cúpulas de los Partidos en donde militan, especialmente, quienes se vinculan a la Concertación. Con todo, su experiencia y voluntad de sumarse a una nueva fuerza transformadora podría ser un aporte vital para que los jóvenes críticos pasen a un nuevo estado de acción política.
Esto sería posible si se logra una articulación nacional de los distintos actores sociales. Hoy día existe la posibilidad cierta de generar un punto de inflexión con respecto a esto, si es que se proyecta en el tiempo, la llamada “Cumbre Social” de Septiembre[3]. Esto se podría dar, siempre y cuando los tradicionales dirigentes sociales le abran paso a nuevos liderazgos de su sector y reconozcan el importante rol cumplido por los estudiantes en la actualidad. Esto posibilitaría incluir a actores más dinámicos del movimiento social, posibilitando una superación de la lógica fragmentaria y gremial que se evidencia en gran parte de los actores sociales, así como también la ruptura de la tradicional (y falsa) dicotomía entre lo social y lo político.
Por tanto, la “Cumbre”, encierra un potencial no solamente como vinculación de actores sociales, sino también estratégico, que profundice la sedimentación orgánica para fortalecer el ejercicio autónomo del movimiento social y popular, posibilitando instancias que le permitan elaborar su propia agenda programática y de acción política; plasmándose así, un potencial Poder Constituyente[4], con una nueva forma de hacer política, efectivamente democrática para ejercer la Soberanía Popular[5]. El tejer la organización y las principales propuestas de esta fuerza social y política transformadora, permitiría develar y tensionar de cara a la gran mayoría del país, los planteamientos y acciones de las distintas organizaciones políticas y de la institucionalidad política vigente en el país.
Este camino lento y complejo, se levanta como el horizonte estratégico a construir. Y por su importancia, urge que las distintas acciones para afrontar las futuras coyunturas políticas se articulen en base a él.
El principal obstáculo, es que no obstante estar hastiados del actual bloque dominante y, en especial, de las organizaciones políticas vinculadas a él, la gran mayoría del pueblo no se plantea aún este objetivo. Por lo mismo, además de la construcción de nuevas instancias de organización social y popular, se debe mantener y proyectar a nuevos ámbitos la movilización social con un sello de masividad. Permitiendo politizar y sumar a más personas al activo social que levante esta perspectiva estratégica.
De allí que, por lo pronto, este proceso no se realizará enarbolando las consignas revolucionarias predominantes en el siglo XX, o los objetivos estratégicos a los cuales apuntemos como izquierda. Más bien, tal como se ha señalado, las movilizaciones masivas se harán desde el “sentido común”, pero teniendo claro que debe ser a pesar de él [6]. Tal como han demostrado los estudiantes, serán demandas tales como la Educación Gratuita, la Renacionalización del cobre o la Reforma Tributaria, que “le tocan la fibra a la gente”, posibilitan sumar a una mayoría social. Que además será acompañado de formas que verbalicen y permitan el entendimiento sencillo y cercano a la gente, que demuestre que dichas demandas les son propias y posibles.
Del mismo modo, esta fuerza social y política que en construcción debe ocupar toda instancia y coyuntura que se avecine en el país, para sumar personas que compartan la crítica y transformación profunda al modelo. En tal sentido, además de movilizarse, tendrá que actuar de algún modo en torno a los procesos electorales. Dado que buena parte del pueblo participa en éstos, por un republicanismo enquistado en el “sentido común” popular, esta fuerza social y política tendrá, querámoslo o no, que tensionar dicho escenario, no para ser integrado y domesticado por la institucionalidad, sino que, al pretender transformarla, para actuar a pesar de ella. Así, se puede utilizar estas instancias como una vía que profundicen la organización de esta fuerza que pretendemos construir, generando espacios de discusión de base donde los actores sociales realicen sus planteamientos y vayan sintetizando un programa, que tenga como una posible tribuna de difusión el escenario electoral. Esto permitiría propagar las propuestas que se encuentran en el movimiento social popular a la gran mayoría ciudadana, llegando a los descontentos con los Partidos Políticos actuales, para que contrasten ambas posturas y demostremos nuestra capacidad de ser una alternativa social y política concreta al sistema.
Pero el desarrollo de esta fuerza social y política dependerá también del rol que juegan las actuales organizaciones político partidarias de izquierda. Para ello, es elemental que vivan una profunda renovación en todo global. Teóricamente, debe desechar la autopercepción mesiánica de quienes creen que por adscribir a una determinada ideología son los únicos y verdaderos “revolucionarios” y ven al resto sólo como “reformistas”; sintiéndose como los únicos portadores de la táctica y estrategia realmente transformadora. Se debe acabar con esas supuestas “verdades”, que deviene en un “dogmatismo” político, que al carecer de autocrítica, se conciben estrategias sin falencias, impidiendo contrastarlas con los constantes cambios que viven los conflictos sociales y políticos, y evitando sus reformulaciones.
A la inversa de esta cultura política, el movimiento social y popular del nuevo ciclo debiera contener un carácter profundamente autocrítico, entendiéndose como uno de los agentes del cambio social. Una de las formas para frenar esas lógicas sectarias es poner la centralidad estratégica en la construcción de un movimiento social progresivamente masivo, basado en la práctica cotidiana, más que a etiquetas ideológicas. Unido una cultura política que fomente la discusión democrática permanente en el movimiento, que no rehúya la discusión en la base y sea contraria a los arreglos cupulares. Por tanto, las organizaciones partidarias de izquierda que quieran contribuir a este proceso deben poner el centro de su acción y discusión de cara al pueblo y no a su espalda.
Estas premisas de acción nos permitirían ir refundando una izquierda que tenga vocación de organizar a la gran mayoría del pueblo; que se plantee un sentido unitario de éste en el desarrollo del conflicto político mismo; y pretenda construir una nueva forma de hacer política; pero que erosione también, las formas de poder de las clases dominantes.
Los contenidos orgánicos y programáticos de esta fuerza transformadora, se irán resolviendo al calor del debate propio del proceso constructivo de la fuerza social y política que pretendemos, cargándola de un carácter inclusivo y democrático, que sintetice el horizonte de la mayor cantidad de sectores sociales, generando una propuesta atractiva que le “toque el alma” al pueblo.
De este modo creemos se irá gestando una fuerza social y política transformadora, flexible y acorde a la realidad actual, que articule al nuevo sujeto histórico de masas que impulse la transformación de Chile. Esta no será una receta basada en los cánones del siglo anterior, sino más bien una flexible forma de construir y hacer la política en una sociedad, que no cursará por vías unívocas predichas de antemano, sino que estará condicionada por el avance político del pueblo y su disposición de lucha y transformación. Del mismo modo, no habrán mesías predestinados, más bien personas buscando construir un mundo mejor: más humano, democrático y justo.
[1]Carlos Ruiz y Francisco Figueroa. “Izquierda para qué”. Le Monde Diplomatique, Julio 2012.
[2]Algunos artículos véase: Marjorie Cuello “Hacia un movimiento político social”. Le Monde Diplomatique, Número Marzo 2012; Recaredo Gálvez “Dar vida a la revolución”, Le Monde Diplomatique, Número Junio 2012; Eloísa González “Un paso desde la demanda social a la solidaridad en la acción”, Le Monde Diplomatique, Número Agosto, 2012.
[3] Instancia impulsada por distintas organizaciones sociales a realizarse el 7 y 8 de Septiembre del 2012.
[4] Véase Gabriel Salazar. “En nombre del Poder Constituyente”. LOM, 2011.
[5] Un ejemplo similar fue lo sucedido en Aysén. Para una interpretación de este hecho, véase Víctor de la Fuete “El ejemplo de Aysén”, Le Monde Diplomatique, Número Mayo, 2012.
[6] Carla Amtmann “Cómo despertar a la izquierda”. Le Monde Diplomatique, Número Mayo, 2012.
Publicado en www.auna.cl
Por José Ignacio Ponce López. Integrante del Taller de Historia Política U.V.
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